Según el Texas Heart Institute, el 95 % de las personas muere en cuestión de minutos. La única forma de evitarla es con un desfibrilador, pero lo mejor es conocer cómo prevenirla

Danilo Feliciano de Morães tenía apenas 29 años cuando sufrió de un infarto mientras jugaba fútbol en el cumpleaños de su hermana en Sao Paulo. El 6 de septiembre pasado, el hijo del defensa brasileño y Campeón del Mundo Cafú, murió después de realizar una actividad física moderada y su deceso revivió uno de los temas de salud más impactantes para el público en general y más retadores para la cardiología actual, la muerte súbita.

¿Qué es la muerte súbita?

Según la Revista Española de Cardiología, “se considera muerte súbita la que ocurre de manera inesperada dentro de la primera hora desde el inicio de los síntomas o si se produce en ausencia de testigos cuando el fallecido ha sido visto en buenas condiciones menos de 24 horas antes de hallarlo muerto”.

La principal causa de muerte súbita es una arritmia cardiaca (es decir, un cambio anormal en la frecuencia de los latidos del corazón) llamada por los especialistas fibrilación ventricular, que provoca un funcionamiento anormal del corazón, lo que a su vez ocasiona un paro cardiaco.

Si bien el factor de riesgo más importante al sufrir una muerte súbita son las distintas enfermedades del corazón (cardiopatías isquémicas, la insuficiencia cardiaca y las cardiopatías genéticas) las personas que desconocen de su condición médica son las principales en riesgo. De ahí la percepción popular de que la muerte súbita ocurre en personas en apariencia sanas.

Muerte súbita en el deporte

Alejarse de los factores de riesgo (como el tabaquismo, el consumo de drogas y alcohol, el colesterol alto o la obesidad) es la mejor protección para evitar un infarto súbito; sin embargo, aún las personas más sanas pueden sufrir de este padecimiento.

No hay persona que reciba mayor cuidado y vigilancia constante de profesionales de la salud que los deportistas de alto rendimiento. Su trabajo está rodeado de exámenes periódicos con la más alta tecnología que evalúan su estado clínico y sin embargo, existen casos de deportistas que fallecen abruptamente durante o después de un entrenamiento o competición, incluso dentro de la cancha.

Según el Dr. Jorge Solá Valdes para American Health&Fitness, “el infarto agudo de miocardio es una urgencia médica en que el flujo sanguíneo que llega al corazón se ve reducido o interrumpido de manera brusca y grave, y en consecuencia, se produce la muerte, gradual o fulminante, del músculo cardíaco (miocardio) por falta de oxígeno”.

La Fundación Española del Corazón asegura que la causa principal de la muerte súbita en deportistas son los problemas congénitos del corazón: “su incidencia es mayor en deportistas debido a las exigencias que provoca: aumento en la frecuencia cardiaca, tensión arterial y contractilidad del corazón, lo que produce un aumento de la demanda de oxígeno, los cambios ambientales extremos a los que se enfrentan algunos deportistas e incluso el propio estrés emocional de la competición”, afirma.

Mortalidad y síntomas

El tiempo es la variable más importante cuando se sufre un paro cardíaco súbito. Según el Texas Heart Institute, el 95 % de las personas muere en cuestión de minutos. La única forma de evitar una muerte súbita cuando se está produciendo un paro súbito es a través de un desfibrilador para intentar restablecer el ritmo normal del corazón. Si no hay uno de estos aparatos cerca, es posible realizar series de reanimación cardiopulmonar (RCP) para evitar el mayor daño posible mientras se recibe ayuda profesional.

Debido a la rapidez con que se presenta, la mayor parte del tiempo los síntomas no pueden ser identificados por la persona que está sufriendo una muerte súbita e involucran la pérdida del conocimiento, detenimiento de la respiración y un cambio drástico del color de piel hasta adquirir un tono azul violáceo.

Evita los factores de riesgo

Por lo tanto, las mejores recomendaciones para evitarlo resultan las más generales: llevar una vida saludable basada en una alimentación balanceada, practicar una actividad física de forma regular, manejar el estrés adecuadamente y acudir al menos una vez al año a un chequeo general (en especial con el cardiólogo) para descartar o en su caso, recibir un diagnóstico temprano para disminuir el riesgo.

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